Escrito por Alex Brendon
El comandante de las SS a cargo del campo de concentración era conocido como La Sonrisa del Diablo. Y el Diablo estaba especialmente sonriente aquella mañana del 25 de Diciembre.
Los trabajadores del campo formaban en perfecto orden en el patio central mientras caía indiferente la nieve.
-Como os he dicho -se dirigió a todos el comandante- se trata de una sencilla ceremonia. Premio y castigo. Castigo para el fracaso, premio para el éxito. Este centro de trabajo se enorgullece principalmente de un pequeño pero productivo taller de montaje de pistolas. Pistolas precisas y eficientes como esta -dijo levantando su mano derecha-. Pero no es así siempre. A veces se cometen errores. Errores como este -y levantó su mano izquierda blandiendo un arma aparentemente idéntica a la anterior. Y los errores deben ser castigados -aquí la siniestra sonrisa se acentuó.
Un gélido silencio siguió a las palabras del comandante. Todos los presentes en el patio, hombres de las SS y judíos, parecían estatuas de hielo.
-Trabajador 666, un paso al frente -tronó serenamente la voz del comandante.
El aludido obedeció, tembloroso por el miedo y el frío.
-¿Reconoces esta pistola? Deberías, la montaste tú.
El comandante penetraba con mirada de halcón los opacos ojos del número 666. Súbitamente, el comandante apuntó con la pistola al trabajador y apretó el gatillo. Un seco chasquido, acompañado de un apagado grito, resonó por todos los rincones.
-Enhorabuena, judío. Tu ineptitud te ha salvado la vida.
La sonrisa del Diablo pareció menguar un instante.
-Trabajador 999, un paso al frente -se oyó decir al comandante con helada calidez.
El número 999 dio vacilante un tímido paso al frente.
-Te felicito, judío. tu trabajo es digno de una recompensa -dijo ofreciendo el arma de su mano derecha al inseguro obrero. Y ahora, 999, mata al número 666 y serás libre.
El trabajador, con lentitud, apuntó a la cabeza de su compañero y, tras un instante que pareció una eternidad, disparó.
El estampido no logró apagar del todo el sonido del cuerpo al derrumbarse sobre el nevado suelo del patio. Los ecos del disparo se fueron disolviendo poco a poco en el aire, mientras el tiempo pareció congelarse.
-Abran la puerta principal -ordenó a los SS el comandante. Como te dije, judío, eres libre. Puedes abandonar el campo de trabajo.
La tormenta invernal arreciaba sin piedad en torno al campo.
Alex Brendon, gracias por compartir tu relato, saludos.