He estacionado un momento

Escrito por Pushaqwari

http://pushaq-qhawana.blogspot.com.es/2012/01/he-estacionado-un-momento.html

Hoy día llegué a destino como siempre y estoy muy contento, será que algún día no llegue a él y no culmine la jornada? Será que me quede algún día en el camino a vivir en la eternidad? Hay veces me imagino y presumo no encontrar la diferencia, si vivir como yo vivo o vivir en la eternidad, será que ya la conozco?, Qué presunción…!

Hoy me he vuelto a encontrar con el viento, con la luz del día que se vuelve aún mas fuerte cuando el sol brilla en un cielo despejado, sobre los verdes valles que parecen oasis y van fijando los destinos del camino, con esas largas rectas que la carretera dibuja invitándome a atravesarlas.

No quiero llegar aún porque mi destino es andar todavía, no quiero llegar aún porque el camino me ha parecido corto y largo el derrotero, el tiempo no cuenta y no tengo apuro aún de sacarme las botas y de secarme el sudor. Tengo ganas de seguir cortando el viento y sentir el sabor salubre del viaje todavía en mis labios, de mezclar en mis pensamientos el camino que me exige estar en el presente y las ganas de volar con él a lugares muy lejos de aquí.

He estacionado hace un instante en un lugar en donde quisiera quedarme toda la vida a contemplar justamente por siempre ese momento, pero me apremia la vida, porque ella me dice que momentos como este está lleno el universo, pero es mucho para mí…, lo quisiera todo pero es mucho para mí…, entonces controlo mis deseos y los traigo mas al presente, y es cuando se vuelven infinitos y es cuando se vuelven para siempre.

Esta vez los tramos han sido mas largos y eso es porque lo he querido así, volver a estos lugares tan hermosos no han podido evitar que los viva de esta manera, por el contrario, el cansancio desaparecía cuando después de la jornada el cuerpo me pedía un descanso y son las ganas de vivir así, al filo de cerrar los ojos o de mantenerlos abiertos para seguir con este viaje que tanto llena mi alma, que tanto llena mi espíritu y hace latir más mi corazón.

Soy un forastero, lo sé, pero la vida me lo hace sentir diferente, soy un desconocido también pero me siento…, cuando hago una pausa…, como en casa y eso es suficiente por hoy, encuentro albergue donde menos me lo imagino y tengo con quien conversar aunque no sean precisamente lo que quiera, pero es el momento, pero es la vida y no lo puedo evitar, ella toca a mi puerta y debo de contestar con la seguridad que ella abre mi camino, me trae lo desconocido me trae con quien estar.

Pushaqwari, gracias por compartir tu relato, saludos.

Campamentos indios

Escrito por Los cuentos de Eva
http://loscuentosdeeva.blogspot.com.es/

Me atormentaban mis sueños. Quizás era por la cortina que había colocado sobre el cabecero de la cama, que traía malas vibraciones en vez de funcionar como una bonita decoración. Quizás, como ocurre con los campamentos indios, había edificado en terreno equivocado y había provocado que los espíritus interrumpieran mi sueño cada noche hasta que consiguieran librarse de mí.

Miedos, inseguridades y qué se yo. No conseguía dormir. Me envolvía entre las sábanas, enredándome con ellas. También parecían estar en mi contra, mientras me absorbían en su mortal tela de araña. Calor, y después frío. Entre sueños, me volvía loca y perdía la cabeza. Se me hinchaba y se me hacía grande, cada vez más grande, hasta que explotaba como un globo y dejaba mis sesos aplastados contra la pared.

Y, de reojo, la cortina, la maravillosa cortina de colores, que ondeaba satisfecha sobre mi cabeza, me miraba con aires de suficiencia. “Te lo dije, parecía decir, ni siquiera soy una cortina”. ¡Qué más daba! Cortina, hilo que cuelga, tira de colores… A mí el nombre me daba igual. ¿Es que no lo entiendes?

Yo sólo quería decorar mi habitación, hacer de mi rinconcito un templo del sueño. O quizás algo menos presuntuoso, no importa. Que simplemente fuera un lugar en el que sentirme cómoda para descansar. Y poder levantarme cada mañana pensando: ¡Qué bonito me quedó esa cosa que cuelga del techo y que decora alegremente mi habitación! ¡Qué bien aprovechado estuvo ese día de lluvia tirada en el sofá con los abalorios y las cuerdecitas!

Que realmente fuera una especie de amuleto que protegiera mi sueño. No una baliza que indicara que a partir de ahí uno entra en tierras enemigas. ¿Qué tipo de cruzada se tiene que lidiar en mi cama todos los días al acostarme? Buenas noches, comienza la batalla.
Uno sabe que contra un campamento indio no hay nada que hacer. Que en la guerra estáis solamente ellos y tú. Y que la obstinación sólo puede hacer más dura la retirada. Pero “la cortina” era tan bonita… Al menos, para mí.
Es difícil conciliar el sueño bajo el efecto hipnótico de los tambores de los indios. Pero a veces uno consigue abstraerse y echar una cabezada…
¡Pipipi! Suena el despertador. “Cariño”, me dice Pablo. “Despierta. Esta noche se ha caído la cortina que pusiste sobre la cama. ¿No crees que sería mejor colocarla en otro sitio?”.
“No. No te preocupes, ahora mismo la vuelvo a colocar”, respondo yo con una sonrisa. La testarudez también es difícil de quitar.

Los cuentos de Eva, gracias por compartir tu relato, saludos.

Escape en una estrella fugaz

Escrito por Romina G. Ruiz
http://www.facebook/rominagonzalezruiz.com

Mr. Robinson se detuvo y observó las estrellas. Aunque el pueblo parecía lejano, él sabía que aún no había salido del lugar y que si no escapaba rápidamente, lo encontrarían y someterían a crueles castigos. Desde hacía tiempo que había trabajado como un esclavo para la gente del pueblo y ahora, que había logrado salirse del gallinero donde comía y dormía, se sentía liberado. De pronto recordó a su padre, a su madre, a su hermana, a sus parientes que lo apoyaban en todo; recordó su vida antes de entrar al sitio del que ahora huía.

Mr. Robinson observó sus rudas y maltratadas manos y recordó que su piel antes era blanca y que sus ojos verdes parecían brillar de tanta alegría que experimentaba. Ahora su piel estaba morena debido a las faenas en el campo y sus ojos perdieron el brillo gracias a la maldad del poblado. Volvió a mirar las estrellas y rememoró tantas cosas que comenzó a llorar. No podía contra el remordimiento de haber abandonado su hogar por buscar riquezas materiales, cuando de antemano sabía que lo tenía todo en su casa. Ahora, más que nada, deseaba volver, lo deseaba más que ninguna otra cosa en el mundo.

Atisbó una estrella fugaz y recordó que habría lluvia de estrellas esa noche. No había visto en años, cuando era un niño, y en ese entonces pedía a las estrellas deseos de cualquier tipo. Sí, ¿por qué no? ¿por qué no pedir un deseo? Sí, eso haría, lo haría en ese preciso momento. Cayó una estrella y pidió regresar a su casa y no volver a saber del pueblo donde fue severamente maltratado.

Estrellas by Estefanía Aragón

Al día siguiente, Mr. Robinson se hallaba descansando en su casa de campo rodeado de sus seres queridos. Ya no había nada que temer y era libre como los pájaros silvestres. Pudo haber pensado que escapó gracias a su velocidad y astucia, pero él prefiere creer que una estrella fugaz lo transportó hasta donde estaba su casa. La estrella a la que le pidió su deseo lo iluminó y cumplió con lo que le habían solicitado: guiar a un hombre a su hogar.

Mr. Robinson ahora ve las estrellas y sonríe como nunca lo había hecho.

Romina G. Ruiz,  gracias por compartir tu relato, saludos.

Caprichos

Escrito por Estefanía Aragón

Me estremeció todo el cuerpo. Aún no sabía qué era lo que me estaba pasando, pero sin duda, algo me estaba ocurriendo. Algo diferente, una sensación jamás saboreada antes por mí, una sensación grata, sana, única, que me elevaba a unos centímetros del suelo. ¿Acaso estaba volando? No, yo no, mi corazón y mi alma sí. ¿Cómo podía ser? Jamás antes me había ocurrido.

Pasé horas y más horas observando su figura femenina: su cara, sus ojos, el perfil de sus labios tan bien dibujados, era realmente una obra de arte.

Pasé días enteros dirigiéndome al lugar donde sabía que la encontraría y me quedaba inmóvil, a unos metros de ella, observándola, experimentando aquella sensación de nuevo.

Las noches se me hacían eternas esperando a que amaneciera, esperando de nuevo el encuentro.

Como cada día al despertarme, me preparaba un café y tostadas, me dirigía a mi trabajo, y tras ocho horas de eterna agonía volvía a ser libre hasta el día siguiente. La verdad es que no me gusta en absoluto mi trabajo, pero soy muy profesional y mis jefes me aprecian por ello. Cobro bien, para qué lo voy a negar, puedo permitirme varios caprichos cada año o cada mes: coches deportivos, fiestas, viajes, sí, esa es mi vida. Pero no seamos falsos, poca gente conozco que pueda decir a pleno pulmón que además de gustarle su oficio, llega a final de mes sin aprietos. Yo ese problema no lo tengo. Nadie está conforme con lo que tiene, yo al menos no lo estoy. No obstante, no voy a cambiar de profesión, ya que me he acostumbrado a vivir bien y eso tiene un precio, así es como yo lo veo.

Mientras estos pensamientos revolotean en mi cabeza, me dirijo al lugar donde estos días encuentro más armonía; donde contemplo su mirada perdida; donde me pierdo en los trazados de su cuerpo, en su pelo ligeramente ondulado y rubio que le cae por el cuello en tirabuzones; tan perfecta, tan bien elaborada y que me transmite tanta paz.

Debo darme prisa, ya es tarde y pronto será hora de cierre. Si no llego a tiempo no podré verla hasta mañana. Así que intento correr con la máxima velocidad que mis zapatos de tacón de Versace me lo permiten. La falda me oprime las piernas. No sé por qué he dudado tanto en decidirme, no es habitual en mí. Esta vez lo tengo claro, no voy a vacilar más en mis intenciones, será mía.

Por fin llego, poco antes de que cierren, abro las puertas y entro. Allí está, bella como siempre, esta vez rodeada de otros pretendientes que halagan su hermosura. Me acerco, la miro, y de paso miro por encima del hombro a mis competidores, ¡ajá! ¡todos hombres! No me doy por vencida. Me dirijo a una señora que se encuentra tras el mostrador y, con voz firme y decidida, le expreso mi intención de comprar el cuadro que todos admiran en la galería, ella, mi futuro lienzo.

Su respuesta fue demoledora: <<Lo siento señorita, pero ese cuadro al que usted se refiere de la joven de cabellos rubios, es el único que no está en venta. De hecho, no es un cuadro exactamente, es un fresco elaborado en la misma pared y que ha perdurado ahí casi un siglo. Ha sido restaurado hace poco y le han conseguido devolver sus colores originales. ¿No es precioso? Quizá lo haya confundido con un cuadro por el marco que le pusimos a su alrededor, únicamente decorativo, para que no desentonara con el resto de obras>>.

Tras esas últimas palabras solo consideré una opción viable, mi capricho más costoso que me ha llenado tanto, y que al mismo tiempo me ha dejado en la más profunda ruina: comprar la galería de arte, entera, solo para mí.

Por nosolocuentos.

Si pudiera volver a vivir

Esta noche, mientras ojeaba entre mis libros de montaña, encontré que en el interior de uno había un pedazo de papel manuscrito. Tanto el libro como la nota de papel fueron regalos de un buen amigo por allá en el 2006. El texto, copiado a mano por mi amigo, es un escrito de la, prácticamente desconocida, escritora Nadine Stair, y dice:

Escrito por Nadine Stair
  

Si pudiera vivir nuevamente mi vida, trataría de cometer más errores la próxima vez. Me relajaría más, no intentaría ser tan perfecto. Sería más tonto de lo que he sido en este viaje. Me tomaría muy pocas cosas en serio. Sería menos higiénico. Correría más riesgos, viajaría más, contemplaría más atardeceres, subiría más montañas, nadaría más ríos. Iría a más lugares a donde nunca he ido, comería más helados y menos habas. Quizá tendría más problemas reales, pero menos imaginarios.

Ya ves, yo soy una de esas personas que viven con sensatez y cordura, hora tras hora, día tras día. Oh, he tenido mis momentos, y si tuviera que hacerlo de nuevo, tendría más de ellos. Solo momentos, uno tras otro, en lugar de estar viviendo tantos años por delante a cada día.

Yo era uno de esos que nunca iban a ninguna parte sin termómetro, una bolsa de agua caliente, un paraguas y un paracaídas. Si pudiera volver a vivir, viajaría más liviano.

Si pudiera volver a vivir comenzaría a andar descalzo a principios de la primavera y seguiría así hasta concluir el otoño. Iría a más bailes. Daría más vueltas en calesita. Deshojaría más margaritas. Jugaría con más niños.

Si tuviera otra vez la vida por delante. Pero ya tengo 85 años y sé que me estoy muriendo.

Nadine Stair. A los 85 años de edad. Louisville, Kentucky.

IF I HAD MY LIFE TO LIVE OVER

I’d dare to make more mistakes next time. I’d relax, I would limber up. I would be sillier than I have been this trip. I would take fewer things seriously. I would take more chances. I would climb more mountains and swim more rivers. I would eat more ice cream and less beans. I would perhaps have more actual troubles, but I’d have fewer imaginary ones.

You see, I’m one of those people who live sensibly and sanely, hour after hour, day after day. Oh, I’ve had my moments, and if I had to do it over again, I’d have more of them. In fact, I’d try to have nothing else. Just moments, one after another, instead of living so many years ahead of each day. I’ve been one of those persons who never goes anywhere without a thermometer, a hot water bottle, a raincoat and a parachute. If I had to do it again, I would travel lighter than I have.

If I had my life to live over, I would start barefoot earlier in the spring and stay that way later in the fall. I would go to more dances. I would ride more merry-go-rounds. I would pick more daisies.

Nadine Stair, 85 years old. Louisville, Kentucky

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2012 © Estefanía Aragón

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